El rayo verde
El azar, según Rohmer, es de color verde esperanza
El rayo verde (Le rayon vert, Éric Rohmer, 1986) es la quinta de las seis entregas de la serie Comédies et Proverbes (1981-87). El proverbio en la que se inspira se extrae de un poema de Rimbaud: “Que le temps vienne oú les coeurs s’éprennent” (“Que llegue el tiempo en que los corazones se apasionen”). En el filme, Rohmer narra la peripecia emocional de una mujer parisina recién soltera que tiene que improvisar sus planes de vacaciones, con la angustia existencial que eso le provoca.
El título de la película proviene de un relato de Julio Verne mencionado en una preciosa secuencia, prácticamente en el tercio final del filme. Alude a un fenómeno visual que sucede en la puesta de sol y que solo pueden observar aquellas personas que logran alcanzar la paz interior necesaria para interpretar no solo sus sentimientos sino también los de la gente de su alrededor. La protagonista, Delphine, cree en el azar y confía que ese rayo le aparecerá cuando esté con la persona que se merezca compartir sus emociones, incluso cuando toda esperanza se haya desvanecido como el propio sol en el horizonte.
Rohmer, uno de los popes de la Nouvelle Vague, opta en su cinematografía por el simbolismo a nivel temático (sus Cuentos Morales de los sesenta son paradigma de ello) y el naturalismo a nivel formal. Un naturalismo muy radical, y del que hay evidentes muestras a lo largo de su filmografía, cuya culminación podría ser esta pieza filmada sin guion previo, semiimprovisado por la protagonista y coguionista Marie Rivière. En el autor, esta naturalidad tiene como objetivo “rastrear la estructura profunda del hecho teatral (y, por ende, literario) en la dinámica de la vida”, según recogieron Carlos Heredero y Antonio Santamaría en el ensayo Éric Rohmer. Y eso le acerca (en su cierto artificio) y a la vez le aleja (al otorgar preeminencia a la palabra por encima de la imagen) de la ya mencionada corriente fílmica para convertirle en un cineasta único, en los márgenes de los márgenes de la industria.
Y lo cierto es que no podemos quitarnos de encima la sensación de teatro filmado, sobre todo durante los largos y profusos diálogos que son marca de la casa del cineasta francés. Se eluden, eso sí, el plano-contraplano y la mirada a la cámara de los personajes. Se emplean encuadres simples, leves paneos laterales y algún que otro zoom que desnuda en su incomodidad a la protagonista ante el espectador. La artificiosidad queda restringida a la actitud y comportamiento de la protagonista y de sus partenaires, acentuando su sensación de soledad y extrañamiento. El director se empeña en mostrar eso en las secuencias de transición, con planos de seguimiento fijos o panorámicos donde la protagonista se suele perder en el plano mientras la cámara muestra el escenario donde se desarrolla la acción. Los sonidos de ambiente no modulados y la puesta en escena feísta, junto con la forma muy peculiar de rodar el tiempo (estructurado en diversos momentos datados de un verano) y el espacio fílmico (con cuatro localizaciones marcadas) por parte del autor, contribuyen a todo ello. Por toda esta forma de rodar, aparentemente trivial, parece que estemos en todo momento ante un dramaturgo y documentalista frustrado. Al contrario que algunos compañeros de generación fílmica, Rohmer no se ha prodigado en esos campos. Una lástima.
Aún así, nos hallamos ante un retratista excepcional de la condición humana. He de confesar que una propuesta así solo consigue atraparme si somos testigos de primer orden (lejos de entender o compartir las motivaciones explícitamente) y Rohmer, con los mecanismos ya citados, lo consigue con creces. Al fin y al cabo, el autor incide en una sensación que, de tanto en tanto, se asoma en el abismo de nuestras mentes: el mundo como un gran escenario donde los que vivimos en él no somos más que intérpretes adoptando un rol, bien porque es lo que esperan de nosotros o porque deseamos tener el control de nuestras vidas. En ambos casos tratamos de no herir y evitar que nos hieran. Y cuando no estamos cómodos en ese papel se producen situaciones de desconexión que nos convierten en outsiders hasta de nuestra propia historia, como parece que le sucede a nuestra heroína en este film. De todos modos, Rohmer no es un autor pesimista. Cree que la búsqueda de nuestra felicidad es la búsqueda del ser que nos complemente y nos haga únicos. Por eso, Delphine, movida por su fe en el azar, en lugar de esconderse, no cejará en su empeño de encontrar su lugar bajo el sol (y su rayo verde).
Crítica elaborada per Jordi Gasull Pedrero de la Biblioteca Central de Terrassa https://bibliotecavirtual.diba.cat/terrassa-biblioteca-central en el marc del projecte Escriure de cinema






